Carlos Azpúrua, Cineasta de pulsión profunda
Cine urgente, de mirada certera, que inquiere, enfrenta, pone a prueba la existencia social, sus imperfecciones, sus conflictos, sus máscaras de muerte, también el ímpetu del espíritu, el coraje de un pueblo. Carlos Azpúrua está plantado en medio de la vida, devasta fetiches, libera energías, sacude cimientos que de barro son. Un cine el suyo que no oculta, va a la médula, lacera. Su verdad está en la imagen, en su palabra reveladora, que descorre los embozos del delito; en el modo franco, al mismo tiempo virtuoso, de explorar cuanto sacrificamos de nuestra esencia ciudadana.
Azpúrua no sólo habla a Caracas, habla al país, busca penetrar en la conciencia nacional, denuncia, formula, propone. Tal El barrio cuenta su historia, Caño Mánamo, Detrás de la noticia, Amazonas, el negocio de este mundo, El bosque silencioso, La montaña rasgada -inundada diría- por la tragedia natural de Vargas, Conspiración petrolera. No por azar va al encuentro de Juan Pablo Pérez Alfonso, el profeta olvidado. Muchos otros documentales dicen de su cruzada contra los sistemas de imposición y los inmisericordes asaltos a la tierra de gracia. Ambientalista es.
Su obra se inscribe en el formidable movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano, que sacudiera el espectro cinematográfico en los decenios de los sesenta y los setenta con una carga sustancial de imágenes estremecedoras y palabra justa, libertaria, liberadora. De Carlos Rebolledo viene, de Jesús Enrique Guédez, de Santiago Álvarez, de Pino Solanas y Jorge Sanjinés. He allí su escuela, su aula abierta para las revelaciones.
Su visor continental, pues América tiene alma. Bolivia una música ancestral, una voz de enorme carga telúrica. Quema su aliento por los pueblos humillados, Saharauis, la última colonia de África. Arroja intensas brazas en el corazón del espectador. Arriesga, pues está en sus venas el temple para encontrarse con El 4F en la historia.
Su cine es antífona, canción de pura fluidez, que así lo dice la hondura de su cámara, y el poder de su visión, despojada de orfebrería, pues no es tiempo de contemplaciones ni de florilegios para disfrute de incautos. Cineasta de pulsación profunda, que desmonta y asume el dolor, la patria castigada por el desafuero y la impunidad. Testimonio del presente. Memoria.
Mas he aquí que su obra no se agota con el documento, que documento es su cinematografía de ficción, su plenitud de realizador: Disparen a matar, Amaneció de golpe. Las desgarraduras del presente, si, convertidas en historia de los desafueros del enemigo principal, de la oligarquía y del capital parasitario.
Azpúrua en un ciudadano de cuerpo entero, un luchador sin menoscabo de la propia vida. Un cineasta que asume las exigencias de nuestro cine, tal su papel fundamental en las luchas gremiales a lo largo de los últimos decenios, su denuedo, que alcanza su más viva expresión en el logro de la Ley de la Cinematografía Nacional (1993), en su primera reforma (2005).
Si su obra es formadora, si su cine es urgente, urgente ha sido su acción sin desmedro, por un cine nacional reconocido por la Ley, que proteja y fomente su desarrollo, al tiempo que asegure su conducción y realización plural, inclusiva, auténticamente democrática.
He aquí a un cineasta, a un legítimo hacedor de cultura, a un militante, fecundo en la batalla, a un compañero de las contiendas de nuestro bravo pueblo, a un ciudadano de la cepa de los más altos exponentes del fervor nacional.
Edmundo Aray, junio de 2017
Fotografía: Rafael Salvatore