El sonido sin doblajes de Josué Saavedra
El sonidista Josué Saavedra ofreció una Clase Magistral en el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC), en la que habló sobre sus técnicas de trabajo, la relación con los actores y el cine que se hace en Venezuela.
Cuando Josué Saavedra entra en una nueva locación para el rodaje de una película lo primero que se le activa es el oído.
Logra visualizar la acústica de un lugar para tomar consciencia del espacio y su sonoridad, por eso Josué no observa locaciones, las escucha.
Agudiza el sentido en busca de posibles ruidos, porque quizás esa avenida cerca del set de filmación va a perturbar los diálogos de los personajes durante todo el día y la noche.
El sonidista necesita para realizar su trabajo un aliado importante, que aunque suene paradójico es el antónimo del sonido: el silencio.
Aunque trabajar con algo tan intangible como el sonido requiere de años de experiencia, Josué sabe que existe, tiene consciencia que siempre está allí y para definirlo mejor, el hombre con más de 40 años en el cine venezolano lo compara con el amor, «que tú no lo ves pero lo sientes, está allí, está dentro de ti».
Todos estos acordes, vibraciones, ondas sonoras que recopila Josué Saavedra tienen un fin en sí mismo. Debe sonar armoniosamente en las salas de cine como una partitura musical en la que los diálogos, la banda sonora y los ruidos incidentes ocupen el espacio correcto, pero para llegar a ese fin hay que aprender a oír.
A Josué le tocó formarse en su oficio, no en un salón de clases que para esa época era una utopía, un sueño casi irrealizable, se convirtió en sonidista por tradición oral y por práctica.
«Tuve la suerte en la vida de tener personas que eran profesionales del sonido que por supuesto, ellos llegaron como llegué yo, pero que se hicieron profesionales y nos enseñaron a nosotros a entender y a aprender a oír».
La primera lección que se quedó grabada fue en darle importancia a su trabajo, que el cine es 50% imagen y el otro 50% es sonido, y que el público solo sabe que existe cuando se sienta a ver una película y no puede escucharla.
Cuando participó en el largometraje «Los años del miedo» (1987) de Miguelangel Landa, Josué Saavedra recuerda que para esa época el cine cargaba el estigma entre el público venezolano de tener un mal sonido.
«Se hablaba muy mal de nosotros, nos daba hasta pena decir que éramos sonidistas (…) Decían que las películas no se entendían y cosa que no era cierta porque cuando veías las películas venezolanas afuera y en otros sitios, era el sonido como el de cualquier parte del mundo».
La explicación de este fenómeno era más técnica que humana, entre otras cosas porque las películas venezolanas se filmaban en el sistema monofónico, pero los proyeccionistas locales acostumbrados a las películas extranjeras que llegaban en formato dolby stereo, «se olvidaban» de realizar la conversión.
El resultado de esta falta era notorio en la pantalla grande, lo que motivó a los sonidistas venezolanos a mejorar en función de esa calidad.
Aprender a ser invisible
Para lograr captar el sonido y que esa magia ocurra, Josué Saavedra debe ser invisible ya que parte de su trabajo de campo es que todo se escuche bien, sin que el público note ni el boom, ni una balita, ni micrófonos, «no se puede ver nada de lo que tú estás haciendo pero se tiene que oír bien de acuerdo a lo que está encuadrado. Tú trabajas para la cinematografía, trabajas para el encuadre, para la fotografía».
Por eso la creatividad del sonidista es saber cómo lidiar en situaciones extremas. Un ejemplo claro para Josué es al momento de filmar un grupo musical y que todos sus instrumentos tengan protagonismo.
O filmar una escena en una discoteca donde tanto los actores principales como los figurantes tengan un espacio sonoro, para esto Josué recurre a la manipulación de los niveles, los volúmenes y las posiciones de los micrófonos, «cuando tú haces una escena en una discoteca, la gente que está de fondo, que sigue estando, no habla, no hacen ruido, hacen mímica (…) Mantienen una conversación pero sin emitir sonido».
Por eso es tan importante grabar los diálogos principales sin fondo para que queden registrados de una manera limpia, luego Saavedra graba los demás sonidos por separado, el ambiente, los pasos, los ruidos y es en postproducción que se ensambla esta partitura, «el sonido va en función de la película no es porque a mí me guste o no me guste, va en función de lo que tú quieres transmitir a través de esa película, y el sonido es un medio de transmisión de sensaciones».
Para ayudarse, el sonidista oculta en lugares estratégicos micrófonos en el set, una metodología de trabajo para evitar colocar balitas a los actores por un doble motivo; el primero es para no interferir en su actuación, el segundo es para prevenir algún roce con el vestuario.
«Hay telas que producen estática y tú puedes hacer lo que te dé la gana y siempre producen ruido porque tienen electricidad. Y esa electricidad se mete por el micrófono, se graba y al final no sirve».
Saavedra llama a esa estática «sonidos fantasmas», es por este motivo que en las películas de época en las que ha participado, como «La planta insolente» (2017) de Román Chalbaud, utilizó sus micrófonos ocultos.
Fue en el largometraje «Cangrejo» (1982), de Román Chalbaud, que Josué Saavedra compartió por primera vez con el director, con la tarea clara de tomar solo el sonido referencial.
«Sonido de referencia se hace cuando sabes que la locación no funciona, cuando sabes que tienes que doblar definitivamente y haces un sonido que sirve para quien vaya a doblar tenga una guía y una orientación de lo que sucedió en el momento. Si no tienes eso no sabes qué está pasando, no sabes qué dijo exactamente o qué tiene que doblar, por eso se llama sonido de referencia».
Josué llegó al set de «Cangrejo» con dos microfonitos y un grabador para tomar ese referencial, pero Chalbaud quedó tan contento con el trabajo que le confesó que prefería no doblar los diálogos; el buen trabajo de Josué lo convirtió en el sonidista fijo del Maestro Chalbaud.
El doblaje y los actores
A los cineastas norteamericanos les ha servido una técnica de sonido que no se aplica en Venezuela, o que se usa en casos excepcionales, porque ellos graban los efectos, el ambiente, el ruido y las acciones en directo, pero con los diálogos optan por un doblaje en estudio.
Josué Saavedra conoce el doblaje como esa herramienta que se utiliza para poder mejorar el sonido que no se logra en el campo con el fin de solucionar un problema agudo de ruido, o un inconveniente con la voz.
Pero doblar un personaje tiene sus contra, «eso implica más costo, más tiempo y llevar a un actor después de seis u ocho meses de la filmación para que vuelva a interpretar ese personaje. Porque los personajes en cine no se hacen como en el teatro, desde el principio hasta el final, sino que se van haciendo por pedacitos. Entonces puedes hacer la mitad de la escena hoy, mañana continúas con la misma escena en otro lugar, o haces el final primero, el principio después; o haces tres, cuatro escenas en una sola locación que tienen diferentes tiempos».
Para Josué no hay nada que esté más compenetrado con los actores que el proceso de sonorización de una película, porque en la medida que al actor se le escuchen sus emociones, más rápido el público se compenetra con el personaje.
«Si yo no le creo a ese personaje, la película no sirve. Yo le tengo que creer lo que él expresa a través de su voz que es el sonido. Entonces si él va a un estudio a doblar, puede ser, hay muchos que no, que le cueste un poco más volver a integrarse a ese proceso actoral».
Por eso tiene un profundo respeto por los actores, «yo me pongo en sus zapatos, me pongo en su posición y de verdad es muy difícil el trabajo. Ellos son los que dan la cara, uno está detrás. A mí no me gusta equivocarme pero a veces me equivoco, si ellos se equivocan se sienten muy mal, entonces uno tiene que respetarle eso también».
Y es en ese proceso de actuación cuando el silencio es tan importante, cuando varios ensayos antes de filmar ayudan tanto a los técnicos como a los actores, a marcar la secuencia antes de dar la acción definitiva.
Pero es un proceso que para Josué se ha perdido, «me ha tocado trabajar con gente que hace 25 tomas de un solo plano, entonces cuando vienes a ver en la postproducción el que sirve es el segundo o el tercero. Hiciste 20 más donde gastaste al actor, al técnico, perdiste tiempo, dinero, ¡Todo!».
Cortar y pegar en un cine de autor
Cuando la producción de la película termina, cuando el director ya está conforme con la edición de su obra audiovisual, Josué Saavedra se sienta con dos personas más, el operador de máquina y el director de estudio para empezar a componer con el diseño sonoro, pero la mezcla de sonido está a cargo de otra persona, «la mezcla de sonido es el final, es la creación o la realización de ese diseño que tuviste en la cabeza tanto tiempo, que son los niveles de los sonidos».
Cuando le toca ponerse al frente del diseño sonoro, Josué trabaja como un director de orquesta buscando la cadencia, el bemol, la armonía de esa partitura musical que es el sonido en una película, con el fin de que se escuche tan bien que forme parte de ese lenguaje universal cinematográfico.
«Nosotros tenemos el privilegio de poder transmitir a través de esto que estamos haciendo o pretendemos hacer, lo que nosotros somos como seres humanos, como país y como región».
Estar tan involucrado en cada proceso del sonido es un privilegio que Josué conoce porque siente que en Venezuela el cine que se cuenta es un cine de autor, un cine que se hace con pocos recursos, «con las uñas».
«Ahora tenemos un poco más de dinero pero sigue siendo de bajo presupuesto y creo que vamos a tener mucho dinero y seguirá siendo de bajo presupuesto, porque ese es el cine que nosotros hacemos y que sabemos hacer».
Por eso no le extraña que cada vez que recibe una llamada para participar en una película, la primera frase que le dicen es que hay poco dinero, pero la pasión, el compromiso, el amor es el motor que lo ha impulsado a él y a otros protagonistas del cine venezolano a involucrarse en los proyectos.
Ese compromiso se ha traducido en una identidad cinematográfica, una huella dactilar muy particular del país que Josué Saavedra vive, sueña y comparte como un privilegiado, «porque uno bien o mal sea cual fuera uno se enamora del proyecto, uno tiene un objetivo y tiene que cumplirlo y lo tienes que hacer lo mejor posible dentro de tus posibilidades».
Por eso Josué defiende la rigurosidad en ese templo que llama set, por respetar el silencio, las horas, por no interrumpir el trabajo del otro, y porque el cine son un grupo de creativos que tienen un solo objetivo en ese momento: filmar una buena película, porque para el sonidista el cine es vida.
«El cine hace que uno viva, hace que uno sienta, hace que uno surja que uno tenga esa mente fresca, que el pensamiento fluya (…) El cine te mantiene vivo y eso es un secreto, somos privilegiados».
De esta manera, el sonidista Josué Saavedra se convierte en uno de los Protagonistas del Cine Venezolano, programa diseñado por el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC), y que en palabras de Alizar Dahdah, vicepresidenta del CNAC, tiene como objetivo que «la gente descubra que en estos 120 años de cine venezolano hay mucho talento, que hay mucha experiencia, que hay mucho amor, mística y ahí sí se van a sentir orgullosos cuando vean una película venezolana en las salas de cine y en otros espacios. Seguimos develando uno a uno los rostros de esos nombres y apellidos en los créditos que aparecen al final de nuestras películas, seguimos descubriendo a nuestros hacedores de cine».
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Filmografía selecta de Josué Saavedra
El regreso de Sabina (1980) de Antonio García Molina
Cangrejo I (1982) de Román Chalbaud
Cangrejo II (1984) de Román Chalbaud
Por los caminos verdes (1984) de Marilda Vera
Adiós Miami (1984) de Antonio Llerandi
Operación chocolate (1984) de José Alcalde
Agua que no has de beber (1984) de Clemente de la Cerda
Ratón de ferretería (1985) de Román Chalbaud
Más allá del silencio (1985) de Cesar Bolívar
Un solo pueblo (1985) de Manuel de Pedro
Manón (1986) de Román Chalbaud
Ifigenia (1987) de Iván Feo
La oveja negra (1987) de Román Chalbaud
Señora bolero (1991) de Marilda Vera
Tres hombres y un ataúd (1996) de Pericles Mejía
Pandemónium (1997) de Román Chalbaud
Manuela Sáenz (2000) de Diego Rísquez
Tosca (2002) de Iván Feo
El amor de mis amores (2003) de Mario Crespo
El Caracazo (2005) de Román Chalbaud
Zamora (2009) de Román Chalbaud
Habana Eva (2010) de Fina Torres
Días de poder (2011) de Román Chalbaud
La casa del fin de los tiempos (2013) de Alejandro Hidalgo
El regreso (2013) de Patricia Ortega
Espejos (2014) de César Manzano
El peor hombre del mundo (2016) de Edgar Rocca
La planta insolente (2017) de Román Chalbaud
Texto: Mawarí Basanta
Fotografía: Jerick Hidalgo